Parece que así es, los datos que se manejan al respecto indican que cada vez menos gente
participa en el culto religioso, disminuye el porcentaje de personas que se bautiza, se casa o
recibe otros sacramentos de la Iglesia. Cada vez es más alta la media de edad de los fieles
que asisten a misa y la de los sacerdotes que la celebran; de hecho, los seminarios están
cada vez más vacíos. Cada vez menos niños reciben la primera comunión y en la mayoría
de los casos es también la última. La tendencia se mantiene desde hace bastantes años y no
parece que vaya a remitir. ¿Estamos, pues, ante un declive de la religión?
Quizá se esté dando un proceso similar en otras religiones no cristianas, y en otras iglesias
cristianas
,
o quizá noY en el caso de que ocurra, quizá el proceso tenga otro ritmo, y
otras causas. El caso que mejor conozco es el de la Iglesia Católica Romana, y me atrevo a
hacer un diagnóstico sobre lo que está ocurriendo. Y empezaaclarando que en lo que se
refiere a esta Iglesia, más que hablar de crisis de la religión habría que especificar que lo
que naufraga es el tipo específico de religiosidad que esa institución promueve. En el Jesús
del Evangelio veo al Mesías que tenía que venir, y su enseñanza me parece la única que
merece pena seguir y lo que la humanidad necesita para encarar los problemas que la
aquejan. Pero no es de lamentar que entre en crisis la forma de religiosidad que promueve
en su nombre la Iglesia que conozco.
En teoría, la Iglesia Católica se asigna como misión la difusión del mensaje de Jesús de
Nazaret y la práctica de la religión que ese Maestro instituyó. Pero para empezar, Jesús no
instituyó ninguna religión; en realidad dio a entender que le bastaba, y le sobraba, con la
religión que conoció en su tiempo. Las devociones que nuestra Iglesia promueve se parecen
más a las de las antiguas religiones, que Jesús quería superar, que al espíritu nuevo que él
aporta.
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n un reciente viaje a
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ortugal tuve ocasn de conocer el centro religioso de
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esús al mundo para implantar este tipo de cultos? La profusión de imágenes
religiosas y otros utensilios de culto litúrgico que se exhiben en esos lugares evocan la
idolatría del antiguo paganismo. Rezos como el rosario, con repetición de mantras y letanías
ya existían en el mundo desde mucho antes de la venida de Jesús, y lo mismo se puede
decir de las peregrinaciones a santuarios: él no vino para instaurar ese tipo de chorradas.
A
la gente hay que decirle la verdad
:
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l
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ensaje que se atribuye a esas apariciones
m
arianas suele concretarse siempre
en la petición de que se construya un templo o capilla en el lugar de la aparición, mucho
rezo del “Santo Rosario”, sacrificios y penitencias… En resumen, una práctica devocional
que aleje a la gente del verdadero sentido de la enseñanza de Jesús. Es significativo que
muchos fieles católicos conocen mejor esos pretendidos mensajes de apariciones marianas
o del “Corazón de Jesús”, o de tal o tal santo o santa que el Evangelio y su mensaje.
La formación religiosa y el culto alienante que la Iglesia impartió a lo largo de muchos
siglos acabó generando un colectivo de fieles que parece irrecuperable para la asunción del
sentido de la enseñanza evangélica, del mensaje que Jesús trae. El católico medio no suele
leer la Biblia, ni siquiera el Nuevo Testamento, pero está muy influido por los dogmas que
los teólogos elaboraron y los concilios y papas proclamaron a lo largo de los siglos. De
hecho, aún hoy se sigue enseñando que Jesús vino al mundo para salvarnos, para redimir a
la humanidad de sus pecados, empezando por el pecado original con el que, según esa
doctrina tan maniquea, ya venimos manchados al mundo cuando nacemos, y que Jesús tuvo
que pagar con su muerte esa redención. No es extraño que quienes acaben percibiendo la
insensatez de esa doctrina salgan corriendo de una Iglesia que tales cosas enseña.
El Evangelio nos enseña otra cosa. Jesús siempre se refería a Dios con el título de “Padre”.
Un padre no condena a sus hijos a penas eternas ni exige sacrificios de muerte expiatorios.
La misión que Jesús asumía, y a la que convoca a sus seguidores, es la transformación de
mundo (venga a nosotros tu Reino), establecer el Reino de Dios en la Tierra (aen la
Tierra como en el Cielo). Tomar la cruz y seguirle significa implicarse como él en esa tarea
transformadora: salvar a la humanidad de misma, del daño que nos infringimos unos
humanos a otros, tratar a todos los seres humanos con amor, fraternidad (perdona nuestras
ofensas como también nosotros personamos a quienes nos ofenden). Su doctrina del
Sermón de la Montaña establece un tipo de comportamiento humano que rechaza toda
violencia, todo abuso, todo elitismo y explotación. Su aplicación significaría el fin de todas
las guerras, de todas las desigualdades, de todos los conflictos entre los seres humanos.
La teología no es inocente: en base a la teología tradicional elaborada a lo largo de siglos de
ignorancia se constituyó un determinado culto y un estamento clerical para gestionarlo.
Personas influidas por esa teología se aplicarán a su santificación personal, cumplirán fiel-
mente los preceptos cultuales y se esforzarán en recibir sacramentos de perdón y penitencia,
serán asiduas asistentes a misas, sermones, procesiones, peregrinaciones, rezarán mucho,
ayunarán en ocasiones establecidas y hasta es posible que se procuren un director espiritual.
Tal tipo de fieles católicos vivirán de espaldas a la problemática humana; a lo sumo darán
limosnas a los pobres y hasta es posible que algunos se impliquen en las tareas de organiza-
ciones de
C
áritas
,
pero sin fijarse co
m
o meta la supresión de las condiciones sociales que
generan la pobreza y la desigualdad. Jesús no vino a establecer ese tipo de religiosidad: ya
existía ese tipo humano antes de que él viniera, ya los esenios tenían un bautismo de
penitencia, y parece ser que en el culto de Mitra ya existía un rito eucarístico para fomentar
la cohesión de los miembros de su comunidad religiosa. El bautismo y la eucaristía que
Jesús estableció tenían, tienen, otra finalidad que luego veremos.
El servicio cultual a tal tipo de fieles postula un personal profesional dedicado a la gestión y
administración de la correspondiente liturgia. La jerarquía que elabora esa teología tradicio-
nal vive de ella, goza de un rango
,
un status superior al del laicado
,
es una figura pro
m
inente
en los actos de culto
,
se atribuye el poder de consagrar
,
perdonar pecados y ad
m
inistrar otros
sacramentos, se beneficia del auge de santuarios como Fátima o Covadonga y compiten por
promocionarse en el escalafón jerárquico de la institución religiosa. Jesús no vino a
establecer este estamento clerical, sacerdotal. Ya existía en su tiempo y su relación con él
no era precisamente cordial. Definía a esa gente como ciegos que guían a otros ciegos.
Por el contrario, los seguidores de Jesús según el espíritu del Evangelio se sienten convo-
cados, movilizados para cambiar el mundo de base. Les resulta insufrible que en el mundo
exista la opresión y desigualdad que existe entre los sexos, los pueblos, las clases sociales.
La organización del colectivo de esos seguidores de Jesús no asumirá formas y objetivos
cultuales sino de acción social para mejorar el mundo. La asamblea de la comunidad de
seguidores del Maestro no ha de tener carácter ritual, litúrgico; debe ser algo vivo, partici-
pativo. La eucaristía y la lectura del Evangelio deben ser rescatadas de la prisión ritual de la
m
isa en la que las su
m
ió la liturgia elaborada por el estamento clerical. La función de a
m
bos
elementos de la celebración comunitaria es la concienciación sobre la misión liberadora que
Jesús asigna a sus seguidores. Nos debe inspirar la confianza de caminar hacia esa forma de
seguir a Jesús en vez de preocuparnos por el declive de formas alienantes de religiosidad.